El mito del ave fénix alimentó varias doctrinas y
concepciones religiosas de supervivencia en el Más allá, pues el fénix se
desvanece para renacer con toda su gloria. Según el mito, poseía varios dones
extraños, como la virtud de que sus lágrimas fueran curativas, una fuerza
sobrenatural, control sobre el fuego y gran resistencia física. En el Antiguo
Egipto se le denominaba Bennu y fue asociado a las crecidas del Nilo, a la
resurrección, y al Sol. El fénix ha sido un símbolo del cuerpo físico y
espiritual, del poder del fuego, de la purificación, y la inmortalidad. Para
Heródoto, Plinio el Viejo y Epifanio de Salamina, esta sagrada ave viajaba a
Egipto cada quinientos años, y aparecía en la ciudad de Heliópolis, llevando
sobre sus hombros el cadáver de su padre, a donde éste iba a morir, para
depositarlo en la puerta del templo del Sol.
Probablemente la leyenda del fénix pasó de la tradición
egipcia a la grecorromana a través del historiador Heródoto (484-425 a. C.),
quien cuenta en sus historias que viajó a Egipto y también conoció a los
sacerdotes egipcios de Heliópolis.
Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo
nombre es el de fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan
de tarde en tarde, que según los de Heliópolis sólo viene al Egipto cada
quinientos años a saber cuándo fallece su padre. Si en su tamaño y conformación
es tal como la describen, su mote y figura son muy parecidas a las del águila,
y sus plumas en parte doradas, en parte de color de carmesí. Tales son los
prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mi poco dignos de fe, no
omitiré el referirlos.
Para trasladar el cadáver de su padre desde la Arabia al
templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo
sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando
su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va
después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su
padre; el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad,
hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido
tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al templo del
Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren.
Heródoto.
En adelante, el mito aparece en obras de autores clásicos
diversos: el naturalista Plinio el Viejo (Naturalis Historia, Libro X, Cap.
II7), el escritor Luciano, el retórico Séneca, y los poetas Ovidio y Claudio
Claudiano, o los cristianos el papa Clemente de Roma, Epifanio o San Ambrosio.
Miniatura del ave fénix, en el Bestiario de Aberdeen
Según la leyenda cristianizada [cita requerida], el ave
fénix vivía en el Jardín del Paraíso, y anidaba en un rosal. Cuando Adán y Eva
fueron expulsados, de la espada del ángel que los desterró surgió una chispa
que prendió el nido del fénix, haciendo que ardieran éste y su inquilino. Por
ser la única bestia que se había negado a probar la fruta del paraíso, se le
concedieron varios dones, como el poder del fuego y la luz, siendo el más
destacado la inmortalidad a través de la capacidad de renacer de sus cenizas.
Cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido de
especias y hierbas aromáticas, ponía un único huevo, que empollaba durante tres
días, y al tercer día ardía. El fénix se quemaba por completo y, al reducirse a
cenizas, resurgía del huevo la misma ave fénix, siempre única y eterna. Esto
ocurría cada quinientos años.
El ave fénix en Las Crónicas de Nuremberg
Estatua de la Unión y el Fénix en Santa Cruz de Tenerife
(España)
Hay un ave, llamada fénix. Esta es la única de su especie,
vive quinientos años; y cuando ha alcanzado la hora de su disolución y ha de
morir, se hace un ataúd de incienso y mirra y otras especias, en el cual entra
en la plenitud de su tiempo, y muere. Pero cuando la carne se descompone, es
engendrada cierta larva, que se nutre de la humedad de la criatura muerta y le
salen alas. Entonces, cuando ha crecido bastante, esta larva toma consigo el
ataúd en que se hallan los huesos de su progenitor, y los lleva desde el país
de Arabia al de Egipto, a un lugar llamado la Ciudad del Sol; y en pleno día, y
a la vista de todos, volando hasta el altar del Sol, los deposita allí; y una
vez hecho esto, emprende el regreso. Entonces los sacerdotes examinan los
registros de los tiempos, y encuentran que ha venido cuando se han cumplido los
quinientos años.
Clemente de Roma. Epístola a los Corintios (XXV).
Para San Ambrosio, el ave fénix muere consumida por el Sol,
convertida en cenizas de las que renace, después de arder su cuerpo, como un
pequeño animal sin miembros, un gusano muy blanco que crece y se aloja dentro
de un huevo redondo, como si fuera una oruga que se vuelve mariposa, hasta que
dejando de ser implume se transforma en un águila celeste que surca el
firmamento estrellado.
Durante el reinado del emperador Claudio, un supuesto fénix
fue capturado en Egipto y trasladado a Roma, donde éste mandó exponerlo. Nadie
se lo tomó en serio.9
Claudio Claudiano (siglo IV), considerado el último de los
grandes poetas romanos, comentaba:
El fénix es un ave igual a los dioses celestes, que compite
con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, y
vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros. No calma su hambre
comiendo ni apaga su sed con fuente alguna.
Claudio Claudiano
En la mitología china, el Fenghuang, aunque no tiene
similitudes con el fénix, ha sido denominado el «Fénix chino» por algunos
occidentales, siendo una criatura con cuello de serpiente, el cuerpo de un pez
y la parte trasera de tortuga. Simboliza la unión del yin y el yang.
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